Adicción y cerebro

El consumo de drogas altera algunos circuitos como el de placer y recompensa en nuestro cerebro.

-¿Alguien quiere pasárselo bien?- dice Sara a Harry y Tyrone justo antes de meterse algunas pastillas y otras drogas.

En varias escenas de la película Requiem por un sueño podemos ver los efectos conductuales y cognitivos inmediatos del consumo de drogas así como también la evolución de su consumo hacia la adicción y la pérdida total de control.

Los efectos de las drogas se producen cuando la sustancia llega al cerebro al poco tiempo de introducirla en el cuerpo. Cuando esto ocurre, se producen interferencias y se altera la comunicación entre las neuronas.

Nuestro cerebro está compuesto por billones de neuronas organizadas para comunicarse y pasarse la información entre ellas. Esta información se pasa de una a otra a través de lo que se llama la sinapsis, donde se libera un neurotransmisor (como la dopamina, la serotonina, el glutamato...) de una neurona a otra en el espacio intersináptico.

Este intercambio de información genera cambios en la neurona receptora y se produce no solo en el cerebro, sino también en la médula espinal y diferentes nervios repartidos por todo el cuerpo.

Pero no todas las drogas alteran las sinapsis de la misma forma. La marihuana o la heroína tienen la capacidad de activar neuronas ya que su estructura química es parecida a la de un neurotransmisor, lo que produce una comunicación anómala.

La cocaína o las anfetaminas, causan una liberación masiva de neurotransmisores (como la dopamina) e impiden que estos se reciclen, y por lo tanto producen también una comunicación anormal.

Básicamente, lo que hacen es que estos neurotransmisores liberen, se activen o no se “reciclen” de una forma natural, hackeando y manipulando los circuitos del placer y la recompensa.

Esto es lo que deriva en el efecto de euforia de la cocaína por ejemplo, como esta actúa impidiendo que la dopamina liberada de una neurona a otra se recicle, el neurotransmisor se acumula en el espacio intersináptico produciendo una actividad anormal en el circuito del placer.

Las drogas actúan en las áreas relacionadas con el placer, la recompensa, la memoria, el aprendizaje y la toma de decisiones. Las 3 áreas principales son los ganglios basales, el córtex prefrontal y la amígdala.

Los ganglios basales son un conjunto de núcleos con diferentes funciones como la automatización de respuesta, la planificación cognitiva y el refuerzo. Su actividad está relacionada con la habituación del cerebro a sentir placer solo durante la presencia de la sustancia y por lo tanto a su búsqueda compulsiva posteriormente.

El córtex prefrontal se encarga de la toma de decisiones, por lo tanto en un consumo continuado, la toma de decisiones se ve alterada produciendo un bajo control de impulsos y una búsqueda compulsiva de la sustancia.

Por último, la amígdala se relaciona con el síndrome de abstinencia después de un consumo de sustancias. Juega un rol importante en los síntomas como la ansiedad, estrés, irritabilidad que se generan cuando se pasan los efectos de la droga y con la búsqueda de esta para aliviarlos.

En consumos experimentales o muy esporádicos, la interferencia en la comunicación de neuronas que produce el consumo de drogas en estas áreas, vuelve a la normalidad después de que la droga se elimina del cerebro.

Pero si el consumo se regulariza y continua en el tiempo, las conexiones neuronales que controlan los diferentes circuitos, se adaptan a la presencia de la droga para generar el efecto placentero de la misma. Derivando así en una dependencia.

Por lo tanto, para entender los cambios que se producen en la conducta y en la cognición de sus consumidores, es importante conocer cómo funciona el cerebro, los circuitos que se alteran en el consumo de drogas y cómo se genera así, la adicción a una sustancia.

Además ayuda a comprender las recaídas, la dificultad a la que se enfrenta una persona que ha desarrollado esta dependencia; y proporciona herramientas para la intervención de los profesionales y los agentes implicados en un tratamiento, además de quitarle el gran peso que se atribuye a una persona por “haber elegido” el consumo ante muchas otras cosas.

Pero no debemos olvidar que existen otros factores de riesgo para desarrollar una adicción, como la situación personal, la situación familiar y el entorno en el que la persona vive.

El debate seguirá en pie en cuanto al porcentaje de influencia de los factores del entorno versus los factores biológicos. Si consideramos la adicción como una “enfermedad mental”, a causa de todos los cambios en los circuitos cerebrales, ¿le quitamos importancia a los factores ambientales? ¿O podemos encontrar el punto medio entre ambos factores para ajustar no solo el entendimiento del fenómeno sino su tratamiento?


María José Santiago